Hace unas semanas escribí un post titulado Dar y recibir, en donde hablaba sobre la búsqueda de equilibrio en ambas facetas y si así no ocurre, aceptar tal hecho, pues al fin y al cabo somos libres para decidir qué dar.
Hoy quiero hablaros de una faceta relacionada con el tema de arriba y que sin embargo es menos motivo de controversia. Me refiero al hecho de cómo solemos actuar ante un ofrecimiento. A veces el comportamiento que tomemos en este punto nos hace que recibamos más o menos.
Este fin de semana, por poner un ejemplo, necesitaba que me ayudaran para un asunto concreto. Iba a pedírselo a las personas que habitualmente me suelen ayudar, aunque no sabía si esta vez iban a poder resolverme la situación. El caso es que hablando con una amiga, ésta me comentó que ella se hacía cargo de la situación. Se ofreció a ayudarme. Mi primera reacción fue de incredulidad, de no aceptar su propuesta. No me lo esperaba, y pensaba que era un sacrificio que no tenía derecho a pedir, por lo que prácticamente rechacé su propuesta en primer momento. En los días siguientes reflexioné y pensé que por qué no aceptar su propuesta, si sabía que era sincera. Al final, acepté su ayuda u ofrecimiento.
Este incidente me ha hecho pensar que, ante ofertas inesperadas, tendemos a rechazarlas. Yo de hecho me ofrezco también a muchas personas para determinados temas y observo que cuesta que acepten mis ofertas. ¿Qué hay detrás de esa tendencia a rechazar lo que ofrecemos o nos ofrecen?
Creo que no estamos acostumbrados a recibir. De hecho cuando nos dicen algo positivo, lo primero que solemos hacer es negarlo, o si lo aceptamos, en seguida le ponemos el pero… Es como decir que no nos lo merecemos. Recuerdo en un seminario al que asistí donde hicimos un ejercicio en el que nos piropeábamos unos a otros, y sólo teníamos que responder ante el piropo con un simple “Gracias”. Era una forma de cambiar nuestra percepción ante lo que nos llega, aceptándolo, agradeciéndolo, y sin poner ningún tipo de desmerecimiento nuestro o quizá de necesidad de compensación.
Ante un ofrecimiento es habitual no aceptarlo porque nos da apuro, porque pensamos que no nos merecemos el “sacrificio” del que ofrece, porque pensamos que vamos a quedar en deuda con el otro, porque se descompensa la relación dar-recibir establecida hasta el momento, o qué sé yo lo que pensará cada uno.
Quizá debamos pensar que cuando alguien se ofrece lo puede hacer por doble motivo, por hacerte un favor y también por el beneficio de dar, de ayudar a alguien a quien estimas o quieres, por la satisfacción de un buen acto. Al menos a mí este segundo motivo me pesa mucho cuando me ofrezco a alguien.
No me voy a meter en el pellejo de los demás, pero si yo me ofrezco en parte estoy cubriendo mi deseo de ayudar a los demás. Así que dejarse de apuros conmigo, y si os parece bien mi ofrecimiento, aceptadlo sin problemas. En el fondo también me estáis haciendo un favor a mí.
Dedicado a Gema M, a la que finalmente acepté su generoso ofrecimiento.